Todo el mundo habla de hacer el triángulo en China: Pekín, Siam y Shanghai, cuestión interesante y que atrae al turismo de masas, pero en mi caso, decidí hacer simplemente Pekín, a fondo, y analizar lo visto para luego decidir entre ese u otro destino. Mi visita a Pekín fue en el año 2005 y se corresponde al Pekín preolímpico, por lo que era de esperar un ambiente más natural y menos occidentalizado. También coincidió con la época del arranque desarrollista, pero no comparable con la ciudad de hoy en día, que según me cuentan nada o poco tiene que ver ya.
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Templo de los Lamas |
Partir de una vivencia como la adquirida en Egipto, hacía difícil la capacidad de impresión que pudiera producir aquello, pero, sinceramente, la brecha cultural de unos y otros me hizo comprender rápidamente que China me iba a sorprender.
Y así fue como comencé esta aventura, casi sin proponérmelo, con cierta prevención, pero con una ilusión de tocar un patrimonio, cuanto menos espectacular y, sobre todo, mezclarme con las gentes de allí e intentar comprender aquella cultura, pensando era distinta al arquetipo al que estamos acostumbrado en nuesto país.
Lo primero que me sorprendió de Pekín es que no vi niños por las calles, fuera la hora que fuera. No había esa alegría de cualquier ciudad española a eso de las 6 de la tarde, donde se ven niños, familias en parques y jardines. Allí no. La sensación era de ver mucha gente pero la calle vacía.
Otra de las cosas que me sorprendió es que como occidentales que somos y diferentes en rasgos y forma de vestir (en esa época), pasábamos desapercibidos, nadie se fijaba en nosotros, era curioso, acostumbrado al acoso egipcio. Chocaba en nosotros, ese pasotismo o indolencia por las calles que a veces culminaba con la costumbre que tienen de escupir, incluso las mujeres, cosa bastante desagradable para nosotros, pero al fin y al cabo, has de aceptar, estás en su entorno.
No se en la actualidad, pero en el 2005, para entrar a un monumento o restaurante o cualquier actividad, la inexistencia de colas para esperar era sorprendente. Allí se entra como se puede, sin orden y, por supuesto, a la tercera vez, hacemos lo que vemos, sin problemas.
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Barrio de los calígrafos |
Nos avisaron que fuéramos ligeros de equipaje, pues allí se puede comprar muy barato todo lo básico. Y efectivamente, tras alojarnos en el hotel, lo primero que hicimos es acercarnos al Mercado de la Seda a un par de kilómetros del hotel y allí comprar la ropa básica, aunque ara ser sincero, acabas comprando de todo. Entrar en estos mercados, que son edificios de varias plantas temáticas y dentro de ellas dispuestas en forma de tiendas o puestos con dos o tres dependientas (adolescentes), es toda una aventura, pues desde que entras hasta que sales el acoso por vender es bestial. Te empujan, te pega con una zapatilla para llamarte la atención; te llaman con nombres españoles (Manolo, Pepe, María... ) y si se enteran de tu verdadero nombre, date por perdido porque todas las plantas acaban sabiéndolo. Regatear es imprescindible y mucho. Les encanta y contra más duro seas, más les gusta. Al final siempre acaban ganado y lo saben y te venden copias malas la mayoría de las veces y copias buenas u originales de sobretiradas o fabricaciones "extras" si sabes pedirlas. Al final te llevas el primer día: vaqueros, camisas, ropa interior, estilográficas, relojes, gafas de sol, etc, todo aparentemente de marcas y la maleta de turno.
Visto uno, parece visto todo. Pues no. Nos enteramos que existen otros mercados con más cosas y mejores precios: el mercado de las perlas; el de los bolsos, etc, donde se podían encontrar verdaderas gangas y llamemos copias mejoradas de bolsos de marca, regateando y rebuscando en los lugares indicados. Todo un mundo de espionaje, aparentemente vigilado, pero consentido. Es una experiencia curiosa y digna de vivir. Por cierto, mientras que una burda copia de Rolex no me duró ni 48 horas; un Bulgari y un Swatch, aun funcionan perfectamente ¿serían buenos?.
Tras el baño necesario de compras compulsivas y regalos para occidente, paso al aspecto culinario. Como dicen por aquellos lares, allí se como todo lo que vuela, menos los aviones y todo lo que tenga patas o o no, menos las mesas. Toda una declaración, que no se queda corta.
Probamos desde un restaurante importante, hasta la comida callejera, pasando por un Burger, en fin, toda una aventura culinaria a la que uno no se acaba de acostumbrar.
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Avenida Chan Gan |
En el restaurante es chocante que los platos aun teniendo el mismo nombre que los restaurantes chinos en España, no se parecen en nada. Aquí la comida es más contundente, salsas más fuertes y componentes desconocidos. Es espectacular el pato laqueado o los arroces de todo tipo, pero en cuanto entramos en el panorama de sopas y carnes la cosa empieza a complicarse, pues no sabes sus ingredientes. Lo mejor es no preguntar, porque te puedes llevar un sorpresa. Por las calles, hay barrios o zonas llenas de puestecillos muy animados desde el atardecer donde te preparan las delicatessen: gusanos, caballitos de mar, serpientes, cucarachas, alacranes..... junto con otras carnes asadas de procedencia desconocida. Alguien cercano probó unos alacranes, pero no repitió porque según decía, no sabían bien. Entre el olor, la visión de aquellos fogones y la luz distorsionante de las bombillas, decidí alejarme de aquello y retirarme al hotel a comer una suculenta tortilla a la francesa y deleitarme con otros platos más occidentales. Está bien probar de todo, pero algunos tenemos un límite, si no existe la necesidad.
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Plaza de Tiananmen desde la Ciudad Prohibida |
Otra cuestión que sorprende de esa ciudad es el transporte, las calles ruidosas, la contaminación. Ya en 2005 era difícil respirar. Los ojos estaban irritados todo el día y de esperar ver las calles llenas de bicicletas o motocicletas, nos encontramos con una ciudad llena de vehículos, camiones y atascos monumentales. Movernos en taxi era muy barato y relativamente rápido, porque se conocen todos los atajos, pero el que va en el asiento delantero se juega materialmente la vida, de hecho, nos jugábamos a quién le tocaba ir delante. Es curioso observar cómo en un cruce al momento se traba totalmente la circulación. Nadie respeta los semáforos, nadie cede el paso y entre motocarros, coches y camiones parece imposible deshacer el entuerto. Tras 10 minutos de congestión, milagrosamente y de una forma espontánea desaparece el atasco. No se puede creer uno cómo, pero desaparece sin más. En aquella época había un verdadero problema de entendimiento con los taxistas: no sabían inglés, pero tampoco se entienden entre ellos por la cantidad de dialectos que hablan según su origen. Aquello era Kafkiano. Al final la forma de entendernos era enseñando o una foto del destino o la foto del hotel para volver. Todo una aventura, donde el buen humor nunca faltó.
Compras, comida, transporte... son aspectos que te dejan huella y te hacen pasar unos momentos divertidos y apasionantes, así era el Pekín preolímpico. Sus gentes indolentes con nosotros, distantes, fríos, ni mucha ni poca amabilidad, muy curioso todo.
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Entrada a la Ciudad Prohibida |
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Interior de la Ciudad Prohibida |
Primera visita: Plaza de Tiananmen y la Ciudad Prohibida. Desde el hotel, tomamos el metro dirección a la Plaza Roja, contando las paradas, claro, porque allí los carteles estaban escritos con sus caracteres. Cuando llegamos a la Plaza, nos quedamos ensimismados por el tamaño. A un lado la entrada a la ciudad prohibida; al otro el mausoleo de Mao y en los otros dos, el Museo Nacional y el Gran Palacio del Pueblo. Esta imponente plaza, militarizada por cierto, tiene tristes recuerdos por la matanza de estudiantes que hubo en décadas pasadas. Esta plaza junto a la avenida Chan Gan, forman parte de las imponentes paradas militares chinas y si te quedas absorto un momento ante todo aquello, puedes imaginarte al mismo Mao presidiendo la parada. Es simplemente espectacular. Entrar en la ciudad prohibida es volver al pasado. Varias películas se han rodado allí, pero la del Ultimo Emperador es la que detalla mejor el sentido de esta ciudad monumental y patrimonio de la humanidad. Hay que dedicarle un día completo a verla. Grandiosos patios, espectaculares palacetes y estancias, el trono real, en fin, digno de ver y digno de perderse por todo aquel lugar. Cada rincón tiene su historia, su razón de ser y te da idea de cómo se desenvolvió allí la vida de la corte.
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Uno de los jardines del palacio de verano |
Segunda visita: Palacio de verano y templo del cielo. El palacio de verano consiste en un gran jardín con un lago interior en el que hay un Barco de Mármol impresionante (es de madera pintada para parecer mármol). Andar por estos jardines es esencial. Está lleno de rincones y jardines independientes, con una galería muy larga, perfectamente conservada por donde pasear e imaginarte a la corte haciendo lo mimos. rincones románticos, y palacetes por todos los lados: el salón de la benevolencia, de la longevidad, el jardín de la virtud, de la armonía..... Si tienes ganas de andar aun queda un último tramo en cuesta que hay que hacer y es para acceder a la colina de la longevidad, culminada por un palacio con unas vistas espectaculares, tanto del jardín, como de parte de Pekín.
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Templo del cielo |
En algunas estancias pueden verse actuaciones teatrales, muy coloridas e interesantes y que hacen de manera espontánea para los visitantes, que no siempre son turistas. Acabado el recorrido del parque, que dura toda una mañana, seguimos el itinerario de visitas hacia el Templo del Cielo. Dedicado a las cosechas es un templo precioso, finamente decorado y con unos bonitos accesos y jardines. Impresiona verlo en alto, sobre una plataforma de mármol. Ya Hacia la salida se puede ver el altar circular de sacrificios, en el que como curiosidad si alguine habla bajito contra la pared, el que está en el lado contrario de la circunferencia lo escucha perfectamente. Acabada la visita y casi la luz del día, sólo queda volver hacia el hotel y pasear por las calles aledañas a degustar exquisitos manjares en los numerosos puestos existentes.
Tercera vista: Parque Bei Hai, t
emplo de Los Lamas y el Hutong. El parque Bei Hai o de la pagoda (estupa) blanca, pertenece a otro complejo palaciego. En e centro hay un gran lago que merece cruzar alquilando una barca, ara luego subir a la Pagoda Blanca. Desde allí hay unas vistas impresionantes del parque y bajando unas empinadas y largas escaleras salimos del complejo, cansados por supuesto, pero llenos de visiones preciosas que merecen la pena. Tras el parque llegamos al Templo de los Lamas, que acoge estatuas de porte grande del Buda Feliz y una estatua enorme de Buda, tallada en una sola pieza de madera. El templo es interesante, hay varias dependencias y se suele tardar en verlo unas 2 horas, con tranquilidad, tiempo suficiente para respirar los disntintos inciensos y otras hierbas que humean y salir un poco aturdidos pero contentos de aquellas instalaciones.Tras la experiencia del templo, nos dirigios al barrio de los calígrafos, entrada del Hutong.
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Parque de la pagoda blanca |
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Templo de los Lamas |
Para una persona que da clases sobre tecnología de la celulosa y del papel, entrar en el barrio de los calígrafos es una experiencia sin igual. En el año 102 de nuestra era, T'sai Lun inventó el papel aquí en China. Todavía se pueden ver cómo hacen los artesanos el papel mano, en la cuna de la invención, y cómo escriben con sus distintos trazos, libros, pliegos, cuadernos..... un barrio curioso y digno de no perderse, lleno de tiendecitas y pequeños almacenes con los caligrafos. Al final de la calle, alquilamos dos ricksows para recorrer uno de los pocos Hutones que quedan en Pekin. Se llama hutong a los barrios más antiguos de la ciudad, compuestas de casas bajas con patio interior, muy humildes y donde pueden vivir decenas de personas en espacios muy reducidos.
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Interior de un Hutong |
Visitamos una en concreto y salimos impresionados de la pobreza y condiciones de vida de estas casas. Callejeando veíamos la China profunda de la ciudad: olores de todo tipo, tiendas mal puestas para esos ciudadanos, vestidos aun con la ropa típica del partido comunista chino de décadas anteriores. Se podían ver a las mujeres cocinando en plena calle con grandes perolos en los que de alguno sacaron un gato bien cocido que le daría sustancia a aquella comida. En fin, una experiencia digna de vivir y que se queda en la retina y en la propia pituitaria. Se podrían contar más cosas que vimos en el Hutong, pero no merece la pena profundizar para no alarmar más al personal. Antes de comenzar estas visitas, nos pasamos por el mercado de los campesinos. Es una zona curiosa, donde se ponen en el suelo y te vende de todo: desde baratijas, frutas, verduras, monedas falsas... hasta verdaderos tesoros arqueológicos, que tienen tapado y conando te acercas abren una mant y te lo enseñan. Como comprar restos arqueológicos es delito, lo mejor es mirar y no tocar y mucho menos comprar. Es muy curioso y digno de visitar.
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La Gran Muralla |
Cuarta visita: Gran Muralla y Tumbas Ming. A una hora y media, aproximadamente de Pekin, se encuentra uno de los accesos a la Gran Muralla. Esta imponente obra, Patrimonio de la Humanidad, le deja a uno atónito ya desde que la enfila desde el autobús. Subimos a la zona más alta a través de un funicular y a medida que nos ibamos acercando, el corazón latía con más fuerza. Pisar aquellas piedras de tantos siglos y ver cómo se pierde en la lejanía te deja boquioabierto, sin saber qué decir. A pesar de un frío y brisa cercana a los cero grados, por allí había un anciano de mas de 110 años, según nos digeron, paseando tranquilamente por la Gran Muralla. Ver aquello, estar en soledad y en silencio un rato, escuchar la brisa....., todo eso te trasladaba al pasado, a imaginarte a los trabajadores construyendola, las incursiones de los invasores, en fin, andamos unos 7 km de muralla, costosos por el adoquinado, escaleras y el frío y el recuerdo de la vivencia es sensacional.
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Interiro de la Tumba de Ding Ling |
Tras la muralla visitamos el complejo de las tumbas Ming, que si bien viniendo de ver el Valle de los Reyes de Egipto te esperas otra cosa, no es así. Es un complejo muy interesante, pero mucho menos vistoso que Egipto. En ese entido hay que tomarlo. Visitamos la tumba más grande, la de Ding Ling, que data de 1612 que consta de una cámara central, dos laterales y la del sarcófago. Curiosa de ver.
Y aquí acaba esta visita a Beijing, ajetreada, curiosa, bonita, imponente en algunos aspectos y una sociedad en pleno desarrollismo que no escatima en el consumo de recursos naturales.Tal vez hacer la visita ahora perdería ese espíritu de aventura, de descubrir nuevas sensaciones, pero eso dependerá ya de cada uno. Me quedé con las ganas de visitar los Guerreros de Terracota de Siam, pero tal vez quede para otra vez, si bien, aun quedan muchas cosas por ver en el mundo, mucho por viajar y mucho por vivir.
En el próximo capítulo volveremos a Oriente Medio, esta vez nos sumergiremos en la cuna de la civilización: Jordania e Israel.